lunes, 24 de septiembre de 2012

Descansar en la presencia de Dios


¿Puedes recordar algún momento en el que ‘lo volviste a hacer’? Un momento en el que volviste a cometer aquellos pecados habituales en tu vida que prometiste no volverías a hacer. Puede que te hayas enfadado con tus hijos y arruinado tu testimonio delante de los pequeños a quienes quieres tanto. O tal vez te uniste al cotilleo, te pusiste defensivo, mentiste, te preocupaste, engañaste a alguien, fuiste perezoso, sucumbiste a la tentación, o tomaste la misma mala decisión… otra vez.

¿Qué es para ti el ‘lo volviste a hacer’? ¿Cómo son los momentos en los que tu vida no se parece a Cristo? Podemos pensar que a estas alturas alguien que cree en Jesucristo ya habría superado aquel pecado habitual, pero no es así. ¿Qué pasa entonces? ¿A caso ser cristiano no significa que tenemos acceso al poder de Jesucristo? ¿Entonces por qué no tenemos paz, amor, gozo, paciencia, bondad, mansedumbre y domino propio? ¿Por qué no tenemos más libertad de nuestras batallas con el pecado?

Para empezar a entender la lucha debemos volver a lo básico; todos hemos pecado, y somos naturalmente egoístas. Cuando una persona decide seguir a Jesucristo inmediatamente se convierte en hijo o hija de Dios, y el Espíritu de Dios viene a vivir dentro de la persona. Jesucristo se convierte en Señor de su vida, pero este momento de salvación es solamente el comienzo. Convertirse en cristiano es el primer paso, pero llegar a ser como Cristo es un proceso que llevas toda una vida.

Muchos creyentes siguen a Cristo ‘en la distancia’ y se preguntan ‘dónde están el poder, perdón y fruto’ de la vida cristiana. En la Biblia vemos como los que experimentaron la grandeza de Dios fueron los que conocían bien a Dios; ellos se acercaban a Dios y caminaban con Él a diario.

Nuestro mejor ejemplo es Jesucristo. En los siguientes versos vemos como Cristo pasaba tiempo con Dios Padre de manera intencional:
 Marcos 1:35 - Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.
 Lucas 6:12-13 - Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos…
 Marcos 6:45-46 - En seguida Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se adelantaran al otro lado, a Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Cuando se despidió, fue a la montaña para orar. 
Lucas 22:39-42 - Jesús salió de la ciudad y, como de costumbre, se dirigió al monte de los Olivos, y sus discípulos lo siguieron. Cuando llegaron al lugar, les dijo: «Orad para no caer en tentación.» Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo;  pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya.»

En la vida de Cristo vemos que él era extraordinariamente cuidadoso, amable, sabio, fuerte, compasivo, desinteresado, alentador, tranquilo, gozoso, amoroso y bueno. Ya fuera amar a un ‘enemigo’, calmar una tormenta, o sanar a un leproso, su vida a menudo era milagrosa, caminaba mano a mano con Dios Padre porque pasaba tiempo con el Padre. A medida que Cristo caminaba con el Padre era capacitado para hacer todo lo que el Padre deseaba.

Es cuando entramos en la presencia de Dios que somos cambiados y nos volvemos como Él. Moisés fue cambiado cuando se encontró con Dios a través de la zarza ardiente; Isaías cambió cuando se encontró con Dios en el templo; Saulo/Pablo cambió cuando se encontró con Cristo de camino a Damasco; los 12 discípulos cambiaron al pasar tiempo con Jesucristo por 3 años. Es cuando entramos en la presencia de Dios que somos cambiados por completo.

Ahora bien, algunos pueden argumentar que “Dios está en todo lugar, ¿no está Dios con nosotros en cualquier sitio? ¿A caso no estamos siempre en Su presencia?” Sí, pero nuestra capacidad de escuchar de verdad, confiar, obedecer y disfrutar de Él se ve afectada en gran manera por nuestra conciencia de su presencia. Es cuando estamos intencionalmente “en Su presencia” que estamos sometidos a ser el barro mientras Él nos moldea como un alfarero. Es cuando dejamos que nuestros corazones estén en calma, cuando tenemos un horario sin prisas, y dejamos que el ruido se apacigüe que podemos empezar a descansar en Él y ser formados por Su presencia.

El resultado es la vida sobrenatural; la vida en la que nuestra manera “natural” de vivir es gradualmente remplazada por una nueva manera “natural” de vivir. Aunque todavía hay tentaciones frecuentes y fallos, nuestra vida está predominantemente orientada hacia Dios. A medida que pasamos tiempo en calma con Dios empezamos a celebrar las cosas que Dios celebra, a llorar por las cosas que Dios llora, nos enfadamos por las cosas que enfadan a Dios, empezamos a sacrificarnos por las cosas por las que Cristo se sacrificaría; le damos espacio y tiempo a Dios y nos volvemos más como Cristo. 

Santiago 4:7-8 dice: “Así que someteos a Dios. Resistid al diablo, y él huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros…” Es cuando nos comprometemos a hacer tiempo para Dios que Él promete encontrarse con nosotros. Cuando dejamos de dar espacio a las cosas de Dios esto tiene efectos negativos en nuestra vida y en nuestras relaciones, con Cristo y con los demás. Es en la presencia de Dios que encontramos descanso y transformación, cuanto más descansamos en la presencia de Dios más somos renovados.
 Mateo 11:28-29 - “’Venid a mí todos vosotros que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso. Cargad con mi yugo y aprended de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestra alma.”
 Salmo 62:1-2 - “Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi salvación. Sólo él es mi roca y mi salvación; él es mi protector. ¡Jamás habré de caer!”
Salmo 1:1-3 - “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!” En un artículo titulado ‘Ritmos de trabajo y descanso’, 

Ruth Haley dice lo siguiente:
"Cuando empujamos hacia delante sin tomarnos el tiempo adecuado de descanso y reposo, nuestro estilo de vida puede parecer heroico, pero hay un aspecto frenético en nuestro trabajo que carece de verdadera efectividad ,porque hemos perdido la capacidad de estar presentes ante Dios y otras personas y de discernir qué es lo que en realidad necesitamos en nuestra situación. El resultado puede ser una “desesperación descuidada”: un letargo mental y espiritual que nos impide tener la calidad de presencia que proporciona verdadera perspicacia."

Cuando estamos agotados, nos hacemos demasiado dependientes de voces que están fuera de nosotros para que éstas nos digan lo que está pasando, reaccionamos ante síntomas en lugar de tratar de entender y responder a las causas subyacentes. Dependemos de modelos de ministerio de otras personas, [modelos de paternidad/maternidad, y lo que otras personas han aprendido de Dios] porque estamos demasiado cansados [o tenemos tanta prisa] como para escuchar en nuestra situación y [comprender de parte de Dios] algo que se ajusta exactamente a nuestras necesidades. Sin embargo cuando estamos descansados [y caminando con Dios en calma] traemos una atención constante y alerta a nuestras [vidas] que se caracteriza por un discernimiento de lo que de verdad necesitamos en nuestra situación, ¡y además tenemos la energía y creatividad para llevarlo a cabo!

Cuando nos tomamos el tiempo de alimentar nuestra relación con Dios empezamos a vivir de manera que conocemos Su voluntad, percibimos Su espíritu, y nuestras vidas y actitudes se vuelven más y más santas. Esto es posible, pero no ocurrirá accidentalmente. Tenemos que acercarnos a Dios de manera intencional. 

Jeremías 29:13 promete que si buscamos a Dios de todo corazón lo encontraremos.
Ruth Haley Barton: “¿Cómo habré de vivir para ser quien Dios quiere que sea? En tu ritmo espiritual de vida has de tener en cuenta tu personalidad, tu tipo espiritual, la etapa de tu vida, los patrones de pecado con los que luchas, los lugares en los que sabes que Dios te está ejercitando,” y las circunstancias en las que te encuentras actualmente. “Los detalles solamente han de concernirme a mí, lo que importa es que funcione para mí y que a medida que lo vivo ame más a Dios y a mi prójimo que antes”.
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Una manera simple de acercarnos a Dios se puede resumir en dos puntos:

1) ¿Qué necesito “quitarme” o echar de mi vida para entrar en la presencia de Dios? Pecados, hábitos, relaciones perjudiciales, ocupaciones, entretenimiento en el que Dios no tiene lugar, tentación, ira, amargura, pereza, cualquier comportamiento o deseo adictivo, o cualquier cosa que distraiga de las cosas de Dios.

2) ¿Qué necesito “ponerme” o añadir a mi vida? La palabra de Dios, oración, comunidad espiritual, descanso, salud física, sometimiento, soledad, silencio, y situaciones o actividades que dirijan tu corazón hacia Dios. Éstas varían de persona a persona, pero lo principal es que la actividad o situación calme tu corazón y tu mente para que puedas descansar en presencia de Dios: música, naturaleza, ejercicio, cocinar, organizar, descansar, escribir, fotografía, jugar con tus hijos, ayudar a alguien que lo necesita, leer, etc. Pasa tiempo haciendo algo que desarrolle en ti un corazón dirigido a Dios, desinteresado, apacible y educable. Cuando tu corazón esté en ese lugar interactúa regularmente con la palabra de Dios, con gente de Dios y con Dios en oración.

¡Sé creativo! Utiliza la tecnología, tu hora de comer, el trayecto al trabajo, el tiempo después de que tus hijos se van a la cama, etc. A pesar de tu horario o tus circunstancias Dios promete que quienquiera que lo busque de todo corazón lo encontrará. Que podamos humillarnos delante de Dios, entrar intencionalmente en su presencia y volvernos más como Cristo. Amén.

-Sacado de www.ibcmadrid.com-

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